jueves, 30 de octubre de 2008

cuento

SORTILEGIO
Gitanamora
L a oscuridad adelantándose a tus pasos va llenando todas las esquinas del puerto, llegas sigilosa, temerosa…Donde vas­­?
Los pocos ojos que pueden mirarte no lo hacen…Eres nadie para ellos, No eres de Puerto.
Pero…Aprietas el paso como si el tren te fuera a dejar. Más no te diriges a la estación., sigues de largo,
Avanzando por las calles estrechas desde donde se ve el malecón.
Asciendes penosamente, pero con un ánimo impresionante. Pareciera que la huyes a la oscuridad. Hasta que por fin te detienes
Choza de bahareque,
Piso de tierra,
Techo de paja.
Ya las estrellas están en el firmamento. La luna en creciente antecediendo la luz plena.
Por ahora es suficiente.
En el fogón de leña huele a café Así como tú, el aroma va llenando todas las esquinas de la pequeña chocita, bajando con esfuerzo hasta la estación del tren va luchando con la brisa en contra.
Pero como tú también logra llegar hasta donde quiere.
El recibimiento te desilusiona:”A esta hora no se pueden echar las cartas, como tampoco cuando llueve”
Pero…Yo…
Sin dejarte hablar, la pitonisa dice:” No, va más allá de lo que el Hombre desee. Es que no se puede… Te dirían falsedades y luego yo soy la culpable, porque las cosas todas te saldrían al revés. Mejor vuelve otro día, más temprano.”
Piensas: ¿Y si me quedo en el Hotel Viña del Mar o en el Estambul?, Madrugo mañana…
Pero como son últimos días de luna creciente de octubre, amanece lloviendo; sin embargo vas. Llegas nuevamente anhelante, luego de hacer el mismo camino y ahora con barro en los zapatos…
Y allí el mismo olor a café. Este nuevamente baja hasta la estación, ahora más fácil. No hay brisa en contra, pero las gotas de lluvia lo hacen oler a café aguado…
La augur la mira como con misericordia, es una joven bella y por lo visto muy desesperada.
Pero el recibimiento es el mismo: “Ni cuando llueve ni después de las seis de la tarde se deben leer las cartas, son engañosas”
Totalmente desencantada deshaces el camino…
Abajo te detienes…Ya no huele a café aguado. Ahora un olor a pescado frito llena el aire. Ya casi son las once…
Si tan solo me hubiera dejado decirle que en mis sueños todo sucedía tal como pasó: la noche estrellada, la subida a la choza, el café, el hotel, la lluvia, el barro, su negativa…
Tal vez se hubiera podido dar cuenta, sin leer las cartas que soy la hija que perdió hace tanto tiempo y tan solo quería decirle que también leía las cartas y que también sabía cuando no se podían leer.
Aquello en verdad no era cosa de leer cartas o de adivinar, era solo de sentir, sentir que tenia ante sí parte de su ser.

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